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Corriendo entre las olas aves playeras
zancudas y pico corto; encima, prefieren habitar los
pastizales abiertos y potreros. Del otro lado, están
aves como los vuelvepiedras (de la especie Arenaria
interpres), que son rechonchos, de cuello y patas
cortas y robustas, y viven exclusivamente en playas
rocosas o con abundantes restos de caracoles
y conchas, donde se la pasan escudriñando
debajo de piedras, extrayendo moluscos y otros
bichos que viven en el fango costero. Aun así,
todas estas aves, de extremo a extremo, están
emparentadas gracias a un ancestro común del
cual han derivado, especializándose para ocupar
diversos “nichos” dentro de los ecosistemas que
habitan. Una minúscula diferencia en la longitud o
la curvatura del pico, un cambio en la preferencia
o las condiciones del sitio en el que se alimentan,
dan la pauta para que, en un mismo espacio,
coexistan tantas especies de aves playeras sin
competir entre sí.
Muchas especies de aves playeras son migrantes.
La mayoría de las que habitan el continente
americano se reproducen y nacen en el círculo
polar ártico y sus inmediaciones; al llegar el
otoño, con el descenso drástico de temperaturas,
las aves playeras comienzan a viajar hacia el
sur. Algunas apenas llegan a las costas del sur
de Estados Unidos. Otras, como el Playero Rojizo
(de nombre científico Calidris canutus) llegan
hasta la Patagonia, en el sur de Argentina. ¡Cruzan
todo el continente, año con año! Al visitar tantos
paisajes a lo largo de sus vidas, a través de rutas
migratorias bien establecidas, es prioritario que
todos los ecosistemas en los que descansan, se
alimentan y recobran energías, se encuentren en
estado óptimo. Las aves migratorias son entonces
una responsabilidad compartida entre países,
tanto importa lo que suceda con sus hogares en el
Ártico, como lo que suceda en México, Costa Rica,
Venezuela, Uruguay o Argentina.
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