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COLABORACIÓN
En México, se conoce la existencia de 112 especies
de aves playeras; de este total, 62 especies (el
55% del total nacional) habitan y visitan el estado
de Chiapas. La mayoría son migratorias, que
tenemos en nuestro territorio durante el periodo
que abarca de inicios de septiembre a inicios de
mayo. En contraste con otras regiones de México,
he tenido la impresión de que las aves playeras
en Chiapas resultan ser algo escasas y sobre
todo, ¡excesivamente tímidas! Observándolas a
50 metros o más de distancia, con binoculares, se
muestran alertas y generalmente huyen; por el
contrario, en otras localidades, como la Península
de Yucatán o en Puerto Vallarta, es posible sentarse
en la playa y observar cómo pasan a poco más de
un metro de distancia de las personas. Incluso,
como sucede en el Parque 2000 de Querétaro, un
tildío (Charadrius vociferus), casi que se atraviesa
entre las piernas de quienes acuden durante las
mañanas a trotar y caminar en este parque urbano.
Una mañana plácida en la bocabarra -sitio donde
se conectan el mar abierto con las lagunas
costeras o esteros- de Boca del Cielo, Tonalá,
Chiapas, nos permitirá observar un bello conjunto
de aves playeras durante los meses de noviembre
a marzo. Por las aguas someras que entran y salen
en la bocabarra, los rayadores (Rynchops niger)
vuelan raudos, con su extraño pico “rayando”
el agua, esperando que algún pez caiga en sus
fauces; por las playas arenosas, corren con gracia
los playeritos blancos (Calidris alba), que juegan
con el vaivén de las olas, extrayendo los bichos
(caracoles, gusanos y crustáceos) que quedan
expuestos al retirarse una ola; ahí cerca, con
mucha más calma, les acompaña algún zarapito
(Numenius phaeopus) que se dedica a extraer
gusanos y moluscos con su larguísimo pico curvo
que hunde en la arena. Hacia el estero, con
aguas más calmas, un playerito alzacolita (Actitis
macularius) camina oscilando la cola de arriba
hacia abajo, mientras hunde sutilmente su pico en
la arena en busca de alimento; le acompaña algún
pihuihuí (Tringa semipalmata), que luce solemne y
fantasmagórico con su plumaje gris pálido y andar
pausado. Donde los pescadores aliñan la cosecha
del mar que extrajeron durante la madrugada, las
gaviotas (como Leucophaeus atricilla) y charranes
(como Thalasseus maximus) esperan con ansias a
que algún pez o sus vísceras sea descartada para
abalanzarse sobre ese apetitoso bocado.
La enorme diversidad de aves playeras hace que su
identificación en campo sea un reto, incluso para
los ornitólogos y pajareros -personas dedicadas a
la observación de aves, ya sea como pasatiempo
o con fines educativos y de conservación- más
experimentados. Pero esta fascinante diversidad
es también lo que las vuelve tan maravillosas.
Las aves playeras, como todas las aves en sus
contextos naturales, son indicadoras de la salud de
nuestros ecosistemas. Si ellas están bien, nosotros
lo estaremos. Los retos son muchos, el tiempo
se acaba… ¡Sal y conoce las aves playeras de tu
localidad!
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